Diversos estudios han llegado a la conclusión que resulta igual de peligroso circular en un automóvil con el interior sobrecalentado que hacerlo habiendo consumido alcohol. Y es que una temperatura elevada reduce la capacidad perceptiva del conductor. Así, estar a 30ºC en el interior del coche tiene unos efectos semejantes a un nivel de alcoholemia de 0,5 gramos en un litro de sangre.
El calor afecta a la capacidad cognitiva del conductor, ya que el sistema nervioso y motor acusa una notable pérdida de rendimiento ante las altas temperaturas, mientras que el agotamiento aumenta y el esfuerzo es mayor a la hora de maniobrar con anticipación en la carretera.
Para evitar la somnolencia al volante que provoca el calor, tenemos que lograr un clima agradable en el interior del vehículo. Por ello, lo más conveniente es llevar el coche bien aireado para mantenernos lo más despejados posibles durante el viaje.
Además, es habitual que al estar conduciendo en invierno se nos empañen los cristales del coche, muchas veces causado porque la temperatura en el interior es bastante más elevada que en el exterior, con lo que nuestra visibilidad se reduce y aumenta el riesgo de sufrir un accidente.
Para tratar de solucionarlo, ante las bajas temperaturas del exterior, podemos conectar los dispositivos anti vaho, emplear las lunetas térmicas de nuestro coche (si las tiene) y utilizar la calefacción dirigiendo el chorro de calor hacia el cristal delantero y las ventanas de las puertas delanteras.
Es normal que en invierno al subir al coche, queramos poner la calefacción al máximo, para contrarrestar el frío que pasamos en la calle. Sin embargo, hay que tener en cuenta que primero va la seguridad (tanto nuestra como del resto de conductores), y después el sentirnos calentitos dentro del vehículo.